jueves, 27 de septiembre de 2012

Esperando al Alcalde (Teatro del absurdo en 3 actos)




Por: Juan de Dios Sánchez Jurado

“Vladimir: Alors, on y va?
Estragon: Allons-y. Ils ne bougent pas.”
Samuel Beckett

Primer acto.

Llegan Vladimir y Estragón al despacho del Alcalde. Se acercan al escritorio de la secretaria, le dicen: Hemos venido a entrevistarnos con el Alcalde. La secretaria, una mujer de cabello abundante y bien peinado, tacones altos y falda diez centímetros por encima de las rodillas, mira la pinta de Vladimir y Estragón. Por su ropa sucia y harapienta, supone que son un par de vagabundos, aunque duda que tal vez puedan ser un par de desplazados por la violencia. Les pregunta: ¿Tienen cita? Vladimir y Estragón contestan al unísono: No, pero es urgente. La secretaria se levanta, los repara con desagrado, les pregunta: ¿Cuál es el asunto?, el Alcalde es un hombre bastante ocupado, ¿saben? Vladimir y Estragón se miran el uno al otro como si estuvieran a punto de reírse. Vladimir le contesta: Estragón tiene unas botas que no le vienen, le quedan tan apretadas que ni siquiera se las puede sacar. Estragón toma la palabra para decir: Vladimir tiene las piernas agarrotadas debido a un doloroso problema con la vejiga. Luego manifiestan al unísono: Pero lo que venimos a hablar con el Alcalde es más urgente que eso, debemos decírselo personalmente. La Secretaria los reparar nuevamente, con mayor desagrado. Se sienta y les dice: Bien pueden esperarlo, a ver si los atiende, el Alcalde llegará en cualquier momento. Vladimir y Estragón buscan asiento al otro extremo de la oficina. Miran por la ventana, la ciudad se derrite bajo el sol. Vladimir se queja del calor a pesar del aire acondicionado de la oficina, sostiene una cuerda entre las manos. Estragón, abanicándose con la mano, dice: La ciudad está en llamas. Pasan las horas. El Alcalde no aparece. La secretaria dedica toda la jornada a hablar por celular. Al caer la tarde, recoge su bolso, apaga el computador, se acuerda de los dos hombres que esperan al Alcalde, les dice: El Alcalde no vendrá hoy, pero mañana seguro que sí.
 
Segundo acto.

Regresan Vladimir y Estragón al despacho del Alcalde. Se acercan al escritorio de la secretaria, le dicen: Hemos venido a entrevistarnos con el Alcalde. La secretaria los reconoce. Voltea la cara, trata de esquivar el olor que despiden los visitantes, se pregunta si debería aconsejarles que mejor fueran a reclamar a Acción Social. Les pregunta: ¿Tienen cita? Vladimir y Estragón contestan al unísono: No, pero es urgente. La Secretaria se concentra en la pantalla del computador, finge que escribe en el teclado. Sin retirar la mirada del computador, les dice: Bien pueden esperarlo, a ver si los atiende, el Alcalde llegará en cualquier momento. Vladimir y Estragón buscan asiento al otro extremo de la oficina. Se disponen a un comentario sobre el calor en la ciudad. Les interrumpe la llegada de Pozzo, un hombre bajetón, vestido con traje de lino blanco y accesorios dorados: El reloj, la cadena y la punta de las botas de vaquero. Con las dos manos sostiene la cadena con la que controla a su perro, un dóberman en los huesos al que llama Suertudo. Pozzo se encarama en una silla, levanta los brazos y como si se dirigiera a una multitud, dice en voz alta: Yo podría comprar y vender este lugar si me diera la gana. Luego entra a la oficina del Alcalde, se sienta en el escritorio, se hace traer una caja con varias piezas de pollo frito, los consume con prisa, con las manos, ante la mirada hambrienta de su perro. Deposita las sobras en la caja,  vuelve a la sala de espera y se las entrega a Vladimir y Estragón. Estragón las recibe, Vladimir tiene las manos ocupadas con una cuerda. Pozzo se encarama en una silla, levanta los brazos y como si se dirigiera a una multitud, dice en voz alta: La receta para ser millonario es ser inteligente, ser trabajador y tener suerte, yo sólo he tenido las dos últimas. Le ordena a Suertudo que se pare en dos patas para celebrar el discurso. El perro hace lo que puede para complacer a su amo a pesar del hambre. Pozo y Suertudo abandonan el recinto. Pasan las horas. El Alcalde no aparece. Al caer la tarde, la secretaria recoge su bolso, apaga el computador, se acuerda de los dos hombres que esperan al Alcalde, les dice: El Alcalde no vendrá hoy, pero mañana seguro que sí.
 
Tercer acto.

Regresan  Vladimir y Estragón al despacho del Alcalde. Se acercan al escritorio de la secretaria, le dicen: Hemos venido a entrevistarnos con el Alcalde. La secretaria los reconoce, se lima las uñas, les pregunta: ¿Tienen cita? Vladimir y Estragón contestan al unísono: No, pero es urgente. La Secretaria sigue limándose las uñas, contesta el teléfono. Sin retirar el teléfono de su oreja, tapa la bocina con la mano, les dice: Bien pueden esperarlo, a ver si los atiende, el Alcalde llegará en cualquier momento. Vladimir y Estragón buscan asiento al otro extremo de la oficina. Se disponen a un comentario sobre el calor en la ciudad, les interrumpe la llegada de una mujer, joven, vestida con un traje rosado, rodeada de varios hombres más grandes y más viejos que ella que se organizan en calle de honor para que entre a la oficina del Alcalde. Antes de atravesar la puerta, la mujer echa un vistazo a la secretaria, le ordena: Para mañana quiero que esa falda tenga diez dedos por debajo de la rodilla. Los hombres de la calle de honor se quedan viendo las piernas de la secretaria. Lamentan la orden, pero no se atreven a contradecirla. La mujer y su séquito entran a la oficina del Alcalde, cierran la puerta. Vladimir y Estragón se quedan mirando como si estuvieran a punto de reír. Al unísono preguntan a la secretaria: ¿Quién es ella? La secretaria estira su falda a todo lo que da, contesta: La hija del Alcalde. De repente comienzan a oírse voces que llegan desde la oficina del Alcalde. La más fuerte es la de su hija. Otro hombre también levanta la voz. Discuten. Al rato, sale uno de los hombres, el que parecía ser el director del séquito de la hija del Alcalde. Se va azotando la puerta, grita: ¡Falsas y falaces, falsas y falaces, renuncio irrevocablemente! Vladimir, Estragón y la secretaria se miran como si estuvieran a punto de reír. Vuelve el silencio. Más tarde, la hija del Alcalde y su séquito abandonan el Despacho. Pasan las horas. El Alcalde no aparece. Al caer la tarde, la secretaria recoge su bolso, apaga el computador, se acuerda de los dos hombres que esperan al Alcalde, les dice: El Alcalde no vendrá hoy, pero mañana seguro que sí. Vladimir y Estragón se miran como si estuvieran a punto de llorar. Piensan en aquello tan urgente que deben decirle al Alcalde, que no pueden decirle a nadie más. También piensan en las botas apretadas y en el dolor en la vejiga. Contemplan la idea de volver al día siguiente y ahorcarse ahí mismo en la oficina del Alcalde. Vladimir dice: Mañana nos ahorcaremos. Estragón contesta: ¿Y si viene el Alcalde? Vladimir continúa: Estaremos salvados. Suspiran largamente. La secretaria chasquea los dedos. Silencio. Luego Vladimir dice: ¡Qué! ¿Nos vamos? Y Estragón: Sí, vámonos. Esta vaina no se mueve.

Cae el telón.

domingo, 23 de septiembre de 2012

La ciudad mutante


Por: Juan de Dios Sánchez Jurado especial para La Urraka Cartagena    

     En ese lote nunca hubo nada. Desde que tengo uso de razón, y de edad ya voy en los 28 años, ese terreno estuvo vacío. A su lado, siempre, esa academia de vallenato con aspecto de casa del terror; al otro, el primer centro comercial inaugurado en Cartagena del mercado de Bazurto para acá, Los Ejecutivos, el de La Olímpica. Recuerdo claramente un día del año 89 en el que mi abuela llegó a la casa con las rodillas peladas y el traje un poco roto. Tras un mal paso en el andén, se cayó dentro del lote. Durante mucho tiempo me pregunté cómo hizo o cómo cayó mi pobre vieja para no partirse al menos un brazo en semejante descalabro. Pero en ese cuadrado de tierra, monte, basura y ratas a tres metros por debajo del nivel de la Pedro de Heredia, nunca hubo nada. En el carril de esa Avenida, en el sentido Bomba del Amparo-Centro, a la altura de ese lote, hubo una rampita que durante toda la década del 90, mis compañeros de ruta escolar y yo esperábamos para brincar sobre los asientos del bus; entretenimiento para nosotros y dolor de cabeza para la guardiana de disciplina; pero en el lote nunca hubo nada. Todos estos años fue sólo una víctima de la aridez, rogándole piedad al sol, o un arrodillado de tanta maleza, cuando apenas un aguacero era capaz de levantar un metro su monte recién segado. Del resto, repito, nunca hubo nada. 

      Está bien, lo acepto, alguna vez, a principios de este siglo, hubo un conato de parque de diversiones; no obstante, nombrar así a una pista de llantas viejas y un plástico inflado es un desmadre de gentileza, así que no cuenta y, por eso, insisto, en ese lote nunca hubo nada. Con las obras de Transcaribe, en frente, le pusieron un adefesio de puente que se quebró incluso antes de ser transitado. Y por debajo de ese arco del fracaso de la ingeniería cartagenera, una manera rara de volver, si uno viene del sur, o de entrar al barrio Las Gaviotas. Pero en ese lote nunca hubo nada. 

      Hoy, tras ausentarme de la ciudad apenas unos meses, justo en ese lote, me sorprendió la imagen de una edificación bastante adelantada. Me desagradó. Soy un animal apegado a ciertas costumbres y apreciar la vacancia de ese lote era una de mis preferidas. Aquella postal era la representación de lo que siempre ha sido Cartagena: Una ciudad en la que por mucho que pasen cosas, tragedias y comedias, inclemente sol o maleza testaruda, nunca pasa nada. Cartagena, igual a ese lote, un lugar sin dueño aparente, un terreno desolado y asoleado con síndrome de baldío, al que uno podía volver luego de ausentarse por años y encontrarlo todo tal y como lo dejó. Sin embargo, hoy vuelvo y me encuentro con que en ese lote, cuyo vacío pude apreciar toda mi vida, se alza una edificación que acentúa aún más mi sorpresa cuando me responden a la pregunta, ¿y qué va a funcionar allí? Un Mc Donald´s. ¿Un qué? Sí, así como lo oye, un Mc Donald´s. ¿En plena Avenida Pedro de Heredia? ¿Junto al centro comercial que sobrevive a punta de estaderos de poca monta? ¿Junto a esa academia que no enseñará un vallenato que impida su declaración como obra ruinosa? Sí, señores, un Mc Donald´s ocupando el lote siempre vacío en el que alguna vez mi abuela se raspó las rodillas. 

      La ciudad se está moviendo, no cabe duda. Su aspecto general es el de obra negra. A cada dos pasos se nos atraviesa una iniciativa civil a medio terminar. Ejemplos: Transcaribe, por supuesto, 6 años en construcción y contando; el complejo de apartamentos que remplaza al Centro Recreacional Confenalco en Crespo y que le roba a la ciudad un buen pedazo de cielo; el tugurio del consumo que se impone sobre las caballerizas de Chambacú; la restauración de lugarcitos del centro amurallado del siglo pasado, esos que desaparecen para dar paso a una fachada de destino turístico caribe, neutro y sin identidad. 

      A la ciudad entera la envuelve hoy una cortina de zinc que poco a poco se retirará para apreciar el resultado de la cirugía. Como ya ocurrió con la Media Luna en Getsemaní, que pasó de la calle en la que nadie quería ser visto a galería de rumbeaderos de moda. 

      Cartagena se mueve sin que pueda precisarse aún hacia dónde, o sobre quién recaerán los beneficios y detrimentos de dicho movimiento, ni cómo se traducirá esa movilización en términos de progreso (por lo que sea que progreso signifique). Lo cierto es que la ciudad está mutando de manera acelerada. Pronto hasta los que siempre la han vivido transitarán por alguna de sus calles con la sensación de haberse perdido. Como me pasó a mí, luego de apenas 4 meses de ausencia, que regreso y me topo con que el gigante de las hamburguesas de “cosa” se apoderó de mi lote vacío de toda la vida, para poner a competir a la Big Mac con las arepas de huevo. 

      Cambiar está bien, no digo que no, y que la ciudad explore otras posibilidades. ¿Significará esa mutación una mejora en la calidad de vida de todos los cartageneros? Lo veo difícil. Pero puedo estar equivocado.