domingo, 6 de mayo de 2012

AQUÍ ESTOY YO-ESTEMAN CON ANDREA ECHEVERRI

En vivo desde la Puerta Grande, Andrea Echeverri junto a Esteman, interpretan Aquí estoy yo, primer sencillo del disco Primer Acto.

martes, 1 de mayo de 2012

TRABAJO, LUEGO NO EXISTO (Buscando una voz poderosa)


Por: Juan de Dios Sánchez Jurado

"La voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora» gritó August Vincent Theodore Spies, periodista alemán de 31 años, justo antes de que, como lo narrara José Martí para el diario La Nación de Buenos Aires, le bajaran la capucha, abrieran la trampa y su cuerpo cayera y se balanceara en una danza espantable. Spies, junto a Georg Engel, Adolf Fischer, Albert Parsons y Louis Lingg, fueron condenados a la horca tras un juicio que luego fuera considerado ilegítimo. El motivo, los hechos ocurridos el 4 de mayo de 1886 en lo que se conoce como la Revuelta de Haymarket, momento cumbre de las protestas iniciadas el 1 de mayo de ese año, como respaldo a la huelga de obreros que reclamaban una jornada laboral de ocho horas. Y aunque costara la muerte de August, por cuenta de la justicia y la muerte de otros más, por cuenta de la policía, de los que ni siquiera se tiene la cifra exacta, el objetivo se logró. A finales de mayo de 1886, varios sectores patronales accedieron a otorgar la jornada de 8 horas a miles de obreros. ¿Para qué? Para que hoy esa conquista de la unión y la fuerza obrera, que fuera incluso documentada por Federico Engels en el prefacio de El manifiesto comunista, quedase en el recuerdo y, a esta altura, 126 primeros de mayo después, en Colombia haya gente trabajando en turnos de 12 horas o más, pese a tratarse de un día feriado. 

En Colombia se supone que la jornada laboral es de máximo 48 horas semanales; la más amplia en Latinoamérica. La diurna es de 6:00 a.m. a 10:00 p.m. y la nocturna es de 10:00p.m. a 6:00 a.m. de lunes a sábado. Según, porque bastante local comercial que hay abierto en domingo las 24 horas. De las ocho horas para el sueño y las ocho para el hogar, nos fueron robando hasta que un domingo o un feriado experimenta el mismo flujo laboral que un día hábil; lo mismo las 10 de la mañana, que las 10 de la noche. Trabajar, trabajar y trabajar como decía ése cuyas palabras ahora son sólo pataletas de Twitter. Y nos robaron el sueño y el hogar, y nos sometieron al cautiverio de la oficina y desmejoraron las condiciones de trabajo para incrementar la productividad. Definieron que el crecimiento y el desarrollo del ser humano sucumbían ante la necesidad de aumentar los réditos y el nivel de consumo. 

Son casi las 10 de la noche de un día cualquiera. Digo cualquiera, porque por cuenta del capitalismo, lo mismo da un martes en la mañana que un domingo en la noche, repito; igual, el Carulla y el Éxito siempre están abiertos. Una cajera de uno de estos almacenes le dice a la otra: Ay, ya quiero que sea hora de salir y llegar a mi casa. Claro, para descansar, le contesta su compañera. Sí, suspira la primera, y para ver si logro ver a mi hijo antes de que se duerma. Libre desarrollo de la personalidad, pregona la Constitución. Libertad para ser esclavo y acumular el doble de puntos, anuncian en colores amarillo y verde los letreros de estos almacenes de cadena que nunca cierran, en perjuicio de la vida que ya no vivirán sus empleados. 

Y es que a quién con un mínimo de acciones cotizándose en la Bolsa le puede interesar liberar tiempo para la educación, para atender el hogar o ser parte activa en la solución de los problemas que aquejan a la comunidad, cuando el único deber patriota de una persona pobre en este país es trabajar el doble, para ganar la mitad, en una lógica endemoniada en la que el bienestar personal no es tan prioritario como el poder adquisitivo. Trabajar como burro para conseguir la papa, mi hermano, que de nada sirve invertirle a eso del desarrollo humano integral cuando tienes al menos 3 bocas a las que ponerles el pan sobre la mesa. 

Sofía* (por decir un nombre) tiene 20 años (por decir una edad); cursa sexto semestre de Administración de Empresas (por nombrar una carrera); costea sus propios estudios con un empleo de medio tiempo como asesora de ventas en una tienda de ropa de una prestigiosa marca nacional (decir prestigiosa no agrega mucho a la fórmula). Gana la mitad del salario mínimo más comisiones. Sábados y domingos trabaja hasta 12 horas corridas, sin recibir remuneración por horas extras. Apenas si tiene tiempo para almorzar; casi siempre lo hace de pie, oculta tras un montón de ropa en la bodega del establecimiento. Por fin llega la quincena y con ella la decepción posterior a cada inventario. Este mes volverá a recibir su sueldo incompleto. Las pérdidas por robo las asumirán ella y el resto de jóvenes asesoras. La tienda de ropa les hace la caridad de permitirles pagar las prendas perdidas repartiendo el monto entre todas y dejándoselas a precio de promoción.  Cuando en Colombia se dice salario mínimo, lo de mínimo es en serio. Es el noveno más reducido de Latinoamérica, muy por debajo de Argentina (mínimo más alto) y no mucho por encima de cuba (mínimo más bajo). Se dice que con uno de estos salarios, un trabajador de Colombia puede comprar sólo entre la quinta y la cuarta parte de lo que un trabajador con el respectivo mínimo en Luxemburgo, y menos de la mitad de lo que logra un trabajador en Argentina con su mínimo. Ahora imagínense ganarse la mitad de $566.700, más comisiones, que, en realidad, significa asumir las pérdidas de la empresa. Lo dicho, la casa siempre gana y, ante eso, no hay OIT que valga. 

Luego está el caso de Mauricio*. Abandonó su vocación de ser futbolista, ¿o era pintor?, no, era cantante lo que quería ser Mauricio; de cualquier forma, prefirió estudiar ingeniería de sistemas porque le aconsejaron que era más rentable. Ahora trabaja de 6 de la mañana, corrido hasta las 2 de la tarde, o de 2 de la tarde hasta 10 de la noche, en un cubículo de un metro cuadrado con silla y escritorio miniatura aprobado por su ARP, contestando llamadas en un call center de servicio al cliente para una empresa estadounidense. Los gringos furiosos por los errores en sus cuentas telefónicas, lo llaman para quejarse desde allá, y él les contesta con su inglés acentuado fingiendo que no está acá. Outsourcing, que llaman. La mayoría del tiempo que trabaja, Mauricio tiene sueño. Cuando no lo hace, también. Si las mejores horas del día se dedican a trabajar, qué tiempo queda para vivir. Para el placer de vivir. Pero que a nadie se le ocurra proponer una jornada laboral más corta, de 21 horas semanales, por ejemplo, eso significaría prosperidad para la gente y reducción en la competitividad de la economía del país. No señor, nada de vagabundería. Qué idea descabellada es esa, cómo así que favorecer a la persona y desmejorar el flujo material de la industria, justo ahora que la revista Time dijo que pasamos de ser casi un Estado fallido a jugador global emergente, en sólo una década. 
  
Ningún trabajo es más importante que la persona que lo ejecuta. Por eso todo empleo debería ser autónomo, con horario flexible y bien remunerado. Pero dile eso al Congreso para que veas cómo te devuelve el doble de una ley promoviendo aún más flexibilización laboral, fomentando la subcontratación, las cooperativas, aumentando la edad de jubilación, promoviendo la aparición de nuevos fondos privados de pensión y corre, corre, morrocoyo que te coge el TLC ligero. Hace rato en este país, el derecho dejó de estar de lado del trabajador, la parte más débil de la relación laboral. Y ahí están los 11.410.000 colombianos (57.5% de los ocupados), que ganan un salario mínimo o menos, y los 6 de cada 10 colombianos dedicados a un empleo informal con el que resuelven el diario y con el que no es posible tener vacaciones, porque en la informalidad, si no trabajas, no comes. Y también los pobres pelaos empacadores de todos los almacenes de grandes superficies en este país, quienes a pesar de prestar un servicio personal y subordinado, no reciben un salario, sólo limosnas, metiendo en bolsas de plástico la comida que quizá nunca llegarán a probar. Y en eso estamos, regateando cada vez más la mano de obra para que el buche del monstruo siga lleno y contento; y la voz poderosa del pueblo que August Spies anunció que llegaría en el futuro nada que aparece, y nada que aparecerá mientras cada quien esté por su lado. Unión y fuerza es la consigna, solución, no hay otra. Una vez entendamos que el poder de uno es más fuerte unido al poder de los otros lograremos un cambio, una jornada laboral más justa como lo hicieron los Mártires de Chicago hace 126 años, condiciones de trabajo que consideren al empleado por encima de la labor que ejecuta, y bienestar, bienestar y más bienestar para la gente, carajo, para que al menos esta lógica absurda de producción y consumo tenga algo de sentido. 


*Los nombres han sido cambiados no para proteger la identidad de los implicados, sino para significar que podría ser cualquiera, incluso, usted. 
Las imágenes son una adaptación de la obra de la artista estadounidense Barbara Kruger.