domingo, 3 de febrero de 2013

PENSAR NO CUESTA NADA

Por: Juan de Dios Sánchez Jurado



 Pienso en El estuche, primer sencillo de Caribe Atómico, cuarto álbum de estudio de la banda colombiana Aterciopelados. El cuerpo es sólo un estuche, canta Andrea Echeverri, planteando la idea de que este saco de carne y huesos y sangre sea, a su vez, un envase para contener otra cosa; nuestra alma aprisionada, lo llama ella, la persona que somos, digo yo. Aunque cada vez más el sistema capitalista que nos rige, el consumismo salvaje y el bombardeo publicitario nos adiestren a pensar que, en realidad, no contenemos nada; sólo cuerpos, no personas. Como si los ojos no fueran la ventana; como si el estuche hubiera sido vaciado; como si reconocer y reclamar la propia esencia resultara inconveniente. 

Pienso en la cinta Pina 3D, homenaje a la coreógrafa alemana Pina Bausch, de la que se dice es la primera pieza de cine-arte hecha en tercera dimensión. La conciencia que los bailarines desarrollan con relación a su cuerpo me sorprende. El movimiento ubica, confirma la vida. Ejecutar una danza es sinónimo de presencia, de interacción con el tiempo que se vive, no el antes o el después, el presente. Entonces me detengo a contemplar el movimiento de las personas que me rodean. Son las 7 de la mañana de un lunes cualquiera en una ciudad cualquiera. Voy en una buseta y por más que intento encontrar alrededor un movimiento consciente, al menos un paso que confirme la vida, fracaso en mi tarea. Sólo encuentro cuerpos en modo automático, ejecutando la danza que les dicta alguna especie de coreógrafo macabro y que inevitablemente confirma su casi muerte. Trabajar para comer, a costa de lo que sea. 

Pienso en la película La piel que habito de Pedro Almodóvar. Aunque fue estrenada en 2011, al inicio se señala que la historia transcurre en 2012, lo que tal vez pretenda suponer que, probablemente, ahora mismo, como en la cinta, un cuerpo esté siendo privado de su libertad, sometido a días de hambre, mutilado, modificado, trasgredido, esculpido, violado, desplazado, asesinado, desaparecido. Cuando se concibe un cuerpo sólo como tal y no como el continente de algo valioso, se es capaz de someterlo a esos y otros vejámenes peores, sin el menor cargo de conciencia y bajo el amparo de la impunidad. 

Pienso en el acto de maldad que constituye el transporte público en la mayoría de ciudades del tercer mundo. Comodidad, velocidad y buen servicio son una broma de mal gusto. Cuerpos obligados a apretujarse, empujarse, agredirse, insultarse, con tal de llegar a destino; cuerpos que se consideran a sí mismos menos importantes que el deber de llegar a, regresar de, estar en. Cuerpos que valen mucho menos que el pasaje que cancelan para ser movilizados. Maldad sobre ruedas, beneficio de pocos, agresión masiva, diaria, rutinaria, frecuente, recurrente, resignada, aceptada. Convenida. 

Pienso en la basura. En la que botamos y en la que ingerimos. El producto que se fabrica hoy, se convierte de inmediato en la basura de mañana. Artefactos producidos en serie con vocación de obsolescencia. Demora más el artículo en pasar por la caja registradora que en terminar en la bolsa negra, en la espalda del camión de las 3 veces por semana. Hoy sólo se cultiva el alimento que enferma en lugar de nutrir. Grandes cadenas de comida que no es comida. Combos agrandados de gastritis y colon irritado y cáncer y otra lista de etcéteras mortales. Cuando un cuerpo no es una persona es fácil presentarle y que acepte como única alternativa la dinámica hipnotizada de adquirir, consumir y arrojar basura. 

Pienso en el tipo que durante 14 años utilizó a su mujer para procrear hijos que después vendía como mercancía, la última, una recién nacida que canjeó por 300 mil pesos. En la modelo que se inyectó ácido hialurónico en el trasero y que ahora exige del esteticista que le aplicó el procedimiento una reparación de 400 millones de pesos. En los 14 años y veinticinco días que permaneció secuestrado el Cabo José Libio Martínez hasta el día de su muerte. En su hijo de la misma edad que nunca pudo verlo con vida. En el estudiante de la Universidad de los Andes que apareció muerto en el Parque El Virrey en Bogotá; en su asesino que, hoy, más de dos años después del crimen, no ha sido identificado. En el promedio anual de 266.635 personas desplazadas de manera forzosa en Colombia, segundo país con mayor número de víctimas de este flagelo después de Sudán. En los 47 millones de clientes que Mc Donald´s atiende al día. En las dos millones de toneladas de basura que se vierten al día en los ríos del mundo. En los niños de 13 años que ensamblan productos inventados por Steve Jobs en jornadas laborales de 16 horas diarias a 70 centavos la hora. En Wikdi, el niño chocoano que debe caminar 5 horas, los 5 días de la semana, para ir y venir de la escuela. En el promedio de 24.000 personas que al día mueren de hambre. En los 6.840.507.003 cuerpos (¿personas?) que habitamos este planeta. 

Pienso en las actitudes conscientes que podemos asumir en orden de confirmar la personalidad de nuestros cuerpos. Decidir si nuestra apariencia va a responder a los estándares del photoshop o a nuestros propios estándares de comodidad. Si a la hora del hambre optaremos por la comida real y local o por chatarra multinacional e inescrupulosa. Si continuaremos aletargados ante la problemática cotidiana de la ciudad, permitiendo que la inmovilidad, inseguridad, contaminación e invasión al espacio público, siga siendo parte de un paisaje que contemplamos de manera pasiva. 


Pienso en el movimiento estudiantil colombiano, en su organización y movilización durante 2011, en el triunfo político y artístico que constituyó frenar aquella nefasta reforma, en las ideas y abrazos ofrecidos al SMAD en lugar de violencia. Pienso en los más de 600 usuarios que el pasado 9 de marzo bloquearon la Avenida Caracas en Bogotá en protesta por el mal servicio de Transmilenio, quienes hartos de tanto hacinamiento y del maltrato físico y sicológico, exigen más articulados dispuestos para las rutas de mayor demanda. Pienso en las más de 50 personas, en su mayoría estudiantes universitarios, que protestaron en la Plaza de la Paz en Cartagena contra la instalación de un local de Juan Valdez justo al lado de la Torre del Reloj, criticando la utilización de espacios públicos para fines privados. Pienso en que todas estas manifestaciones concretadas en la calle, fueron convocadas a través de Internet, así como se convocó el movimiento Ocuppy Wallstreet o la Revolución Egipcia que logró derrocar la dictadura de Hosni Mubarak. Pienso en Manos Limpias, en Indignados Colombia y demás grupos dedicados a denunciar la corrupción y cuestionar los vicios de la clase dirigente de este país. En Anonymous. En la lucha por la defensa de la libertad de expresión y el flujo de contenido e información en Internet.

Pienso, sí, lo que desde ya es una ventaja, porque como decía Descartes, confirma la existencia; y, así mismo, la resistencia, porque filtrar cada estímulo del exterior a través de un proceso mental, al menos nos ofrece la alternativa de elegir, de no tragar entero, de cuestionar, de criticar y de proponer. Pensar nos asocia íntimamente con la persona que habita nuestro cuerpo, nos protege de las medidas que otros pretendan imponerle. Por eso yo pienso, porque no cuesta nada y sin embargo permite, como recomienda Andrea Echeverri en El Estuche, aguzarse y hacerse valer.


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