Angustia y miedo: Los motores del siglo XXI. La velocidad y obsolescencia de nuestras vidas, la mayoría de las decisiones que tomamos se basan en estas dos consignas. Los expertos en publicidad y mercadotecnia, los asesores políticos han hecho bien su trabajo. Nos convencieron: Vivir no debe centrarse en la búsqueda sino en la huida. Y a eso le han sacado todo el provecho posible con tal de hacernos comprar y gastar, aquí, ahora. Nos dicen: Para qué ahorrar, estamos viviendo los últimos días del mundo como lo conocemos, gaste ahora; por qué matarse trabajando por años para adquirir algún producto, mejor saque un crédito ya y mátese trabajando por años para terminar de pagarlo, pero, al menos, lo tendrá en sus manos ahora. Y así, huyendo, por ejemplo, de nuestros propios olores, gastamos fortunas en desodorantes, pastas dentales, perfumes y demás productos para maquillar los procesos naturales del cuerpo. El miedo a desencajar, a lucir pasado de moda, viejo (no vintage) nos hace salir corriendo a comprar otra muda de ropa que, a juzgar por el contenido de nuestro closet, no necesitamos. En las elecciones a un cargo de representación popular, votamos no a favor del candidato que necesita la ciudad o el país, sino en contra del funcionario saliente. Hace mucho tiempo el asunto de comprar y gastar dejó de tener como origen satisfacer la necesidad de un bien o un servicio. Hace mucho tiempo, en casi cualquier ámbito, abandonamos la necesidad como determinante de nuestro destino.
La ecuación temer/desear que a diario nos inyecta la publicidad a través de múltiples medios, incluido el espacio público, logra su cometido cuando la vida se reduce a un sentimiento de pavor con relación a cierto estilo de vida del que es mejor huir, y otro deseable, vinculado al lujo, que debemos perseguir en orden de lograr un estatus medianamente cómodo. Por eso vamos a la universidad, para luego conseguir un trabajo que nos permita adquirir cosas; por eso buscamos una pareja y nos casamos, para tener un patrimonio común que nos permita adquirir más cosas; por eso nos reproducimos, para tener más motivos para adquirir más cosas; por eso dedicamos lo que nos queda de juventud a trabajar para aspirar a un ascenso en la empresa que signifique un mejor salario, que nos permita adquirir muchas más cosas. Una aventura acelerada que funciona según el convencimiento de que seremos más felices y mejores personas en la medida en que accedamos a la mayor cantidad de lujos, así sean los más democráticos. Una aventura al final de la cual terminamos llenos de posesiones y, sin embargo, más desposeídos que cuando empezamos.
Según como yo lo veo, la propiedad privada es la más grande de nuestras ficciones. Basta con que el planeta se agite un poco para arrasar en un instante aquello que ingenuamente consideramos registrado a nuestro nombre. Una vida fundamentada en la idea de propiedad es un mal negocio, o como diría Woody Allen, una empresa con mayor tendencia a la quiebra que una cristalería. Entonces no sorprende que mitos como el del final del mundo en diciembre de 2012 tengan tanta acogida. En parte porque le sirve a los medios de comunicación y a la publicidad para seguir inculcando el miedo que nos obliga a temer, desear y gastar y, por otro lado, debido a que al estar más acostumbrados a comprar que a pensar tenemos atrofiado el músculo del discernimiento y caemos fácilmente ante la primera mentira que nos venden.
La fe es todavía una marca que ni los chinos han podido falsificar. Y cuando digo fe, me refiero a la posibilidad de algo genuino, puro y verdadero a lo que aferrarnos, algo para darle a nuestras vidas una suerte de sentido que la motive de manera consciente. Hace un tiempo decidí que depositaría toda mi fe en el arte, en la porción de deidad que me corresponde y en la maravillosa capacidad creadora que ello implica. Y acaso no es el arte la respuesta a un profundo sentido de necesidad. El lenguaje, por ejemplo, nació como respuesta a la necesidad de comunicarnos. Después, sentimos la necesidad de elevar ese lenguaje a una categoría capaz de vincularnos con el otro a través de un canal efectivo y afectivo, así nació la literatura. Mi propósito para el año 2012 no es vivirlo como si fuera el último, sino lograr que mi vida sea la respuesta a mis más genuinas y poderosas necesidades, configurarlas de manera artística a través de las creaciones propias y ajenas. You might say i am a dreamer, but i am not the only one, como decía Lennon. Este 2012 optaré por creer y crear. La imaginación será en adelante mi única moda. Los invito a considerar para ustedes este mismo objetivo. Venturoso año nuevo para todos.