miércoles, 6 de febrero de 2013
domingo, 3 de febrero de 2013
PENSAR NO CUESTA NADA
Por: Juan de Dios Sánchez Jurado
Pienso en las
actitudes conscientes que podemos asumir en orden de confirmar la personalidad
de nuestros cuerpos. Decidir si nuestra apariencia va a responder a los
estándares del photoshop o a nuestros propios estándares de comodidad. Si a la
hora del hambre optaremos por la comida real y local o por chatarra
multinacional e inescrupulosa. Si continuaremos aletargados ante la
problemática cotidiana de la ciudad, permitiendo que la inmovilidad,
inseguridad, contaminación e invasión al espacio público, siga siendo parte de un
paisaje que contemplamos de manera pasiva.
Pienso en El
estuche, primer sencillo de Caribe Atómico, cuarto álbum de estudio de la banda
colombiana Aterciopelados. El cuerpo es sólo un estuche, canta Andrea
Echeverri, planteando la idea de que este saco de carne y huesos y sangre sea,
a su vez, un envase para contener otra cosa; nuestra alma aprisionada, lo llama
ella, la persona que somos, digo yo. Aunque cada vez más el sistema capitalista
que nos rige, el consumismo salvaje y el bombardeo publicitario nos adiestren a
pensar que, en realidad, no contenemos nada; sólo cuerpos, no personas. Como si
los ojos no fueran la ventana; como si el estuche hubiera sido vaciado; como si
reconocer y reclamar la propia esencia resultara inconveniente.
Pienso en la
cinta Pina 3D, homenaje a la coreógrafa alemana Pina Bausch, de la que se dice
es la primera pieza de cine-arte hecha en tercera dimensión. La conciencia que
los bailarines desarrollan con relación a su cuerpo me sorprende. El movimiento
ubica, confirma la vida. Ejecutar una danza es sinónimo de presencia, de
interacción con el tiempo que se vive, no el antes o el después, el presente.
Entonces me detengo a contemplar el movimiento de las personas que me rodean.
Son las 7 de la mañana de un lunes cualquiera en una ciudad cualquiera. Voy en
una buseta y por más que intento encontrar alrededor un movimiento consciente,
al menos un paso que confirme la vida, fracaso en mi tarea. Sólo encuentro
cuerpos en modo automático, ejecutando la danza que les dicta alguna especie de
coreógrafo macabro y que inevitablemente confirma su casi muerte. Trabajar para
comer, a costa de lo que sea.
Pienso en la
película La piel que habito de Pedro Almodóvar. Aunque fue estrenada en 2011,
al inicio se señala que la historia transcurre en 2012, lo que tal vez pretenda
suponer que, probablemente, ahora mismo, como en la cinta, un cuerpo esté
siendo privado de su libertad, sometido a días de hambre, mutilado, modificado,
trasgredido, esculpido, violado, desplazado, asesinado, desaparecido. Cuando se
concibe un cuerpo sólo como tal y no como el continente de algo valioso, se es
capaz de someterlo a esos y otros vejámenes peores, sin el menor cargo de
conciencia y bajo el amparo de la impunidad.
Pienso en el
acto de maldad que constituye el transporte público en la mayoría de ciudades
del tercer mundo. Comodidad, velocidad y buen servicio son una broma de mal
gusto. Cuerpos obligados a apretujarse, empujarse, agredirse, insultarse, con
tal de llegar a destino; cuerpos que se consideran a sí mismos menos
importantes que el deber de llegar a, regresar de, estar en. Cuerpos que valen
mucho menos que el pasaje que cancelan para ser movilizados. Maldad sobre
ruedas, beneficio de pocos, agresión masiva, diaria, rutinaria, frecuente,
recurrente, resignada, aceptada. Convenida.
Pienso en la
basura. En la que botamos y en la que ingerimos. El producto que se fabrica
hoy, se convierte de inmediato en la basura de mañana. Artefactos producidos en
serie con vocación de obsolescencia. Demora más el artículo en pasar por la
caja registradora que en terminar en la bolsa negra, en la espalda del camión
de las 3 veces por semana. Hoy sólo se cultiva el alimento que enferma en lugar
de nutrir. Grandes cadenas de comida que no es comida. Combos agrandados de
gastritis y colon irritado y cáncer y otra lista de etcéteras mortales. Cuando
un cuerpo no es una persona es fácil presentarle y que acepte como única
alternativa la dinámica hipnotizada de adquirir, consumir y arrojar basura.
Pienso en el
tipo que durante 14 años utilizó a su mujer para procrear hijos que después
vendía como mercancía, la última, una recién nacida que canjeó por 300 mil
pesos. En la modelo que se inyectó ácido hialurónico en el trasero y que ahora
exige del esteticista que le aplicó el procedimiento una reparación de 400
millones de pesos. En los 14 años y veinticinco días que permaneció secuestrado
el Cabo José Libio Martínez hasta el día de su muerte. En su hijo de la misma
edad que nunca pudo verlo con vida. En el estudiante de la Universidad de los
Andes que apareció muerto en el Parque El Virrey en Bogotá; en su asesino que,
hoy, más de dos años después del crimen, no ha sido identificado. En el promedio
anual de 266.635 personas desplazadas de manera forzosa en Colombia, segundo
país con mayor número de víctimas de este flagelo después de Sudán. En los 47
millones de clientes que Mc Donald´s atiende al día. En las dos millones de
toneladas de basura que se vierten al día en los ríos del mundo. En los niños
de 13 años que ensamblan productos inventados por Steve Jobs en jornadas
laborales de 16 horas diarias a 70 centavos la hora. En Wikdi, el niño chocoano
que debe caminar 5 horas, los 5 días de la semana, para ir y venir de la
escuela. En el promedio de 24.000 personas que al día mueren de hambre. En los
6.840.507.003 cuerpos (¿personas?) que habitamos este planeta.

Pienso en el
movimiento estudiantil colombiano, en su organización y movilización durante
2011, en el triunfo político y artístico que constituyó frenar aquella nefasta
reforma, en las ideas y abrazos ofrecidos al SMAD en lugar de violencia. Pienso
en los más de 600 usuarios que el pasado 9 de marzo bloquearon la Avenida
Caracas en Bogotá en protesta por el mal servicio de Transmilenio, quienes
hartos de tanto hacinamiento y del maltrato físico y sicológico, exigen más
articulados dispuestos para las rutas de mayor demanda. Pienso en las más de 50
personas, en su mayoría estudiantes universitarios, que protestaron en la Plaza
de la Paz en Cartagena contra la instalación de un local de Juan Valdez justo
al lado de la Torre del Reloj, criticando la utilización de espacios públicos
para fines privados. Pienso en que todas estas manifestaciones concretadas en
la calle, fueron convocadas a través de Internet, así como se convocó el
movimiento Ocuppy Wallstreet o la Revolución Egipcia que logró derrocar la
dictadura de Hosni Mubarak. Pienso en Manos Limpias, en Indignados Colombia y
demás grupos dedicados a denunciar la corrupción y cuestionar los vicios de la
clase dirigente de este país. En Anonymous. En la lucha por la defensa de la
libertad de expresión y el flujo de contenido e información en Internet.
Pienso, sí,
lo que desde ya es una ventaja, porque como decía Descartes, confirma la
existencia; y, así mismo, la resistencia, porque filtrar cada estímulo del
exterior a través de un proceso mental, al menos nos ofrece la alternativa de
elegir, de no tragar entero, de cuestionar, de criticar y de proponer. Pensar
nos asocia íntimamente con la persona que habita nuestro cuerpo, nos protege de
las medidas que otros pretendan imponerle. Por eso yo pienso, porque no cuesta
nada y sin embargo permite, como recomienda Andrea Echeverri en El Estuche,
aguzarse y hacerse valer.
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