Por: Juan de Dios Sánchez Jurado especial para La Urraka Cartagena
En ese lote nunca hubo nada. Desde
que tengo uso de razón, y de edad ya voy en los 28 años, ese terreno
estuvo vacío. A su lado, siempre, esa academia de vallenato con aspecto
de casa del terror; al otro, el primer centro comercial inaugurado en
Cartagena del mercado de Bazurto para acá, Los Ejecutivos, el de La
Olímpica. Recuerdo claramente un día del año 89 en el que mi abuela
llegó a la casa con las rodillas peladas y el traje un poco roto. Tras
un mal paso en el andén, se cayó dentro del lote. Durante mucho tiempo
me pregunté cómo hizo o cómo cayó mi pobre vieja para no partirse al
menos un brazo en semejante descalabro. Pero en ese cuadrado de tierra,
monte, basura y ratas a tres metros por debajo del nivel de la Pedro de
Heredia, nunca hubo nada. En el carril de esa Avenida, en el sentido
Bomba del Amparo-Centro, a la altura de ese lote, hubo una rampita que
durante toda la década del 90, mis compañeros de ruta escolar y yo
esperábamos para brincar sobre los asientos del bus; entretenimiento
para nosotros y dolor de cabeza para la guardiana de disciplina; pero en
el lote nunca hubo nada. Todos estos años fue sólo una víctima de la
aridez, rogándole piedad al sol, o un arrodillado de tanta maleza,
cuando apenas un aguacero era capaz de levantar un metro su monte recién
segado. Del resto, repito, nunca hubo nada.
Está bien, lo acepto, alguna
vez, a principios de este siglo, hubo un conato de parque de
diversiones; no obstante, nombrar así a una pista de llantas viejas y un
plástico inflado es un desmadre de gentileza, así que no cuenta y, por
eso, insisto, en ese lote nunca hubo nada. Con las obras de Transcaribe,
en frente, le pusieron un adefesio de puente que se quebró incluso
antes de ser transitado. Y por debajo de ese arco del fracaso de la
ingeniería cartagenera, una manera rara de volver, si uno viene del sur,
o de entrar al barrio Las Gaviotas. Pero en ese lote nunca hubo nada.
Hoy, tras ausentarme de la
ciudad apenas unos meses, justo en ese lote, me sorprendió la imagen de
una edificación bastante adelantada. Me desagradó. Soy un animal apegado
a ciertas costumbres y apreciar la vacancia de ese lote era una de mis
preferidas. Aquella postal era la representación de lo que siempre ha
sido Cartagena: Una ciudad en la que por mucho que pasen cosas,
tragedias y comedias, inclemente sol o maleza testaruda, nunca pasa
nada. Cartagena, igual a ese lote, un lugar sin dueño aparente, un
terreno desolado y asoleado con síndrome de baldío, al que uno podía
volver luego de ausentarse por años y encontrarlo todo tal y como lo
dejó. Sin embargo, hoy vuelvo y me encuentro con que en ese lote, cuyo
vacío pude apreciar toda mi vida, se alza una edificación que acentúa
aún más mi sorpresa cuando me responden a la pregunta, ¿y qué va a
funcionar allí? Un Mc Donald´s. ¿Un qué? Sí, así como lo oye, un Mc
Donald´s. ¿En plena Avenida Pedro de Heredia? ¿Junto al centro comercial
que sobrevive a punta de estaderos de poca monta? ¿Junto a esa academia
que no enseñará un vallenato que impida su declaración como obra
ruinosa? Sí, señores, un Mc Donald´s ocupando el lote siempre vacío en
el que alguna vez mi abuela se raspó las rodillas.
La ciudad se está moviendo, no
cabe duda. Su aspecto general es el de obra negra. A cada dos pasos se
nos atraviesa una iniciativa civil a medio terminar. Ejemplos:
Transcaribe, por supuesto, 6 años en construcción y contando; el
complejo de apartamentos que remplaza al Centro Recreacional Confenalco
en Crespo y que le roba a la ciudad un buen pedazo de cielo; el tugurio
del consumo que se impone sobre las caballerizas de Chambacú; la
restauración de lugarcitos del centro amurallado del siglo pasado, esos
que desaparecen para dar paso a una fachada de destino turístico caribe,
neutro y sin identidad.
A la ciudad entera la envuelve
hoy una cortina de zinc que poco a poco se retirará para apreciar el
resultado de la cirugía. Como ya ocurrió con la Media Luna en Getsemaní,
que pasó de la calle en la que nadie quería ser visto a galería de
rumbeaderos de moda.
Cartagena se mueve sin que
pueda precisarse aún hacia dónde, o sobre quién recaerán los beneficios y
detrimentos de dicho movimiento, ni cómo se traducirá esa movilización
en términos de progreso (por lo que sea que progreso signifique). Lo
cierto es que la ciudad está mutando de manera acelerada. Pronto hasta
los que siempre la han vivido transitarán por alguna de sus calles con
la sensación de haberse perdido. Como me pasó a mí, luego de apenas 4
meses de ausencia, que regreso y me topo con que el gigante de las
hamburguesas de “cosa” se apoderó de mi lote vacío de toda la vida, para
poner a competir a la Big Mac con las arepas de huevo.
Cambiar está bien, no digo que
no, y que la ciudad explore otras posibilidades. ¿Significará esa
mutación una mejora en la calidad de vida de todos los cartageneros? Lo
veo difícil. Pero puedo estar equivocado.
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