domingo, 4 de septiembre de 2011

Los Pitufos confirman el final de la historia (Con música de Arcade Fire)

Por: Juan de Dios Sánchez Jurado

No me considero un promotor de la nostalgia. Pienso que las dinámicas que rigen el mundo de hoy no son mejores ni perores que las de antes, simplemente son como son. Sin embargo, cada vez que escucho la canción We used to wait de la banda canadiense Arcade Fire, no puedo evitar cierta congestión en la boca del estómago, una sensación que prefiero no bautizar y que, en últimas, es la sospecha de que, en el camino de adaptación a esas nuevas dinámicas, algo perdimos. “Solíamos esperar, solíamos escribir cartas, solíamos firmar con nuestros nombres”, canta el vocalista de la agrupación que, en 2010, ganara el premio grammy por su álbum The Suburbs. Solíamos esperar y me incluyo en ese lote, aunque los nacidos en los ochenta seamos de los que casi no alcanzó a tocarnos el gen de la paciencia. Hoy el que espera pierde, el tiempo es dinero y esperar no es rentable. Por eso no sorprende el éxito de Lady Gaga. Ella, de alguna manera, personifica lo que ha sido la primera década del siglo XXI, una década que no supo esperar a la creación de algo nuevo y se dedicó casi exclusivamente a una secuencia de covers, adaptaciones, versiones, reversiones y plagios en sus diferentes grados de descaro. Y eso es Lady Gaga ¿no?, la chica que, a ratos inteligentemente, y a ratos en exagerado pastiche, nos invita a revisitar lugares en los que antes ya estuvieran Madonna, Marilyn Manson, David Bowie, Bjork, Freddy Mercury, Elton Jhon, y le funciona. ¿Por qué?, porque ya no podemos esperar, porque nos cuesta sentarnos en una mesa, sentir un poco la madera, sacarle punta al lápiz y esperar a que lleguen las palabras, volcarlas sobre el papel, equivocarnos, arrugar la hoja, volver a empezar. ¿Volver a empezar? Imposible. En la era del copiar y pegar, del texto predictivo, quién va a perder tiempo procurando un par frases de calidad o revisando ortografía más allá de lo que las culebritas rojas de Word alcancen a reconocer.






Nos deshabituamos a la espera, a disfrutar del proceso, a estirar las horas, a releer, a rescribir, a rehacer, a perder el sueño buscando un pensamiento nuevo en lugar de una cita. Cómo hacerlo, si cada día aparece otro aparato, otro dispositivo, otra tecnología que nos ayuda/obliga a acelerar el ritmo de nuestras vidas. Cómo lograr eso, pregunto yo, en la era del microondas, de la cena en minutos, del automático para la gente, en la era en que no soportamos que algo tome mayor esfuerzo que verter un poco de agua caliente y un par de cucharadas de café en una taza y listo. Nos han inculcado que lo bueno es lo que se prepara ya, que los buenos son los que triunfan ya, los que se hacen millonarios ya, haciendo algo que requiera poco talento y mínima dedicación, por eso, tanto cantante de reggaeton.


Los aspectos de la vida que no se reducen a una tarea vana e instantánea nos resultan insoportables, es así como nos dedicamos a imitarla, a versionarla de manera mediocre hasta el punto en que somos capaces de calarnos la versión 3D de Los Pitufos. ¿Se imaginan?, Los Pitufos, a estas alturas, como si Avatar, la versión azulada de Pocahontas no hubiese sido suficiente.
Esperar desespera, eso lo padecen crónicamente los ejecutivos de los grandes estudios de cine. Cuando se vive según la premisa de obtener ganancias ya y a como dé lugar, se considera que esperar supone pérdida, se estima que nadie va a tener la paciencia hasta que a algún creativo se le ocurra la gran idea que rompa el record de taquilla, por eso prefieren tomar una idea caduca, engordarle una dimensión y embutírnosla como la última gran cosa, y nosotros felices, porque tampoco vamos a tener la consideración de calarnos un personaje nuevo, una historia diferente, para qué, eso implica tiempo, implica poner en marcha el cerebro, implica esperar y nosotros ya no sabemos hacer eso. Preferimos ir a la fija, saber a lo que vamos, entender mediante el mínimo esfuerzo neuronal, de ahí que cosas como el stand up comedy se han hecho tan populares, porque esencialmente no hay novedad, porque fundamentalmente se trata de reírnos de chistes que ya conocemos, chascarrillos cotidianos e intrascendentes que hoy en día tienen a Suso, el paspi, en el horario prime time de los domingos por la noche en RCN.


Perdimos la sensibilidad para reconocer y la esperanza de poder encontrar algo puro y duradero. Algo real, nuevo, inédito, nos resultaría extraño, habría que invertir tiempo hasta saber eso con qué se come, y ya lo he dicho aquí varias veces y lo cantan con devastadora sinceridad y en coro los Arcade Fire, solíamos esperar, pero ya no, hoy en día nos cuesta, porque no es rentable, porque es el fin de la historia, porque razón tenía Fukuyama, dejamos apagar el motor del mundo, o dejamos que él nos lo apagara a nosotros y nos pusiera a vivir por cuenta de un pulmón artificial. Vivimos en modo automático las horas extras de la existencia, porque ante la imposibilidad de lo nuevo, qué nos queda, repetirnos hasta la saciedad, ¿con qué objeto?, perpetuar una manera de vivir anecdótica e intrascendente, resignados a lo que estrategias de mercado, predicciones en la bolsa, el FMI y los grades estudios de cine quieran imponernos.
Y entonces, la nostalgia, Arcade Fire anhelando los días en que había momentos para volcar el corazón en una carta, para que una cosa tan pequeña fuera capaz de mantenernos vivos, Arcade Fire lamentando la imposibilidad de hallar por estas fechas algo puro y verdadero. Mientras tanto, los grandes estudios de cine lucrándose con su cotizado modo de nostalgia, esa que solo sirve para incrementar el valor de sus acciones, disparar la taquilla y asegurar millones en ventas a punta del merchandasing de esos horribles muñecos azules. Esculcando los anales de la historia, la del entretenimiento o la que sea, para confirmar su fin. Para restregarnos en la cara a un ridículo Papá Pitufo con gafas de sol que, al final, viene a ser la prueba fehaciente de que en este mundo llegó la hora de apagar e irse, de cerrar la puerta, de claudicar. Vivir para soportar que un grupo de creativos, luego de analizar las proyecciones para el verano cinematográfico, concluyan que desempolvar a los pequeños demonios azules es lo mejor que podría ocurrírseles no es vida. Que nos hayan enseñado a no esperar y que luego se aprovechen de ello estrenando semejante refrito es un abuso.




“Now our lifes are changing fast” y sólo queda la ansiedad que siembran en nosotros las deidades publicitarias, hoy sólo quedan Los Pitufos. Lo saben los dueños de la Sony Pictures y lo ponen de estribillo los Arcade Fire. Nuestra vida consiste en cambiar aceleradamente, sin que haya lugar para lo puro y verdadero. Y a quienes aún, ingenuamente, nos dedicamos a esperar a que algo así aparezca, sólo nos queda declarar nuestra paciencia como el bien más preciado, aunque esa paciencia sea la rara sensación en la boca del estómago de saber, en el fondo, que se trata de una espera por algo que, quizás, nunca llegará.



















4 comentarios:

Unknown dijo...

Siempre he dicho que del 2000 para acá esto me da vértigo, hay demasiada velocidad en la TV, la radio, el espectáculo, Hollywood, por eso ni veo tv, ni escucho radio, no voy a cine... Recomiendo la lectura de "El Imperio De Lo Efímero" de Gilles Lipovetsky.

apetito sustituto dijo...

Demasiada velocidad sí señor, el imperio de una existencia que tiende al obsoleto. El viejo Gilles lo sabía desde hace 20 años, en el libro que mencionas y en "La era del vacío están todas las respuestas".

Fernando Gutierrez (Álvaro Fernando Gutiérrez) dijo...

¿Quin dice que en Colombia no hay espacio para el existencialismo? Para la muestra un botón, sin embargo, el subsistecialismo sigue siendo la regla. Pero no hay que olvidar que la primera década se acabó y lo sembrado en los 90 cambiará irremediablemente. ¡El péndulo está de regreso!

Alicia Totuma dijo...

Oiga, es que uno con 20 años y ¡siente que se está quedando! Nadie quiere crear, imaginar, solo ganar plata. Los pitufos, los transformers, shreck 1, 2 y 3, y los carritos esos horribles, ¿hasta que número llegarán? Más de lo mismo, paradójico.

Claro que eso es lo que pasan en las salas de cinecolombia y cinemark. Hay cosas mucho mejores en la cinemateca y en el Museo de Arte Moderno, aún a riesgo de sofisticarse un poco.