domingo, 9 de octubre de 2011

Abstención electoral según Homero Simpson

En el quinto capítulo de la sexta temporada de Los Simpsons, Bob Patiño, el eterno enemigo de Bart, sale de la cárcel para aspirar a la alcaldía de Springfield. Pese a ser un ex convicto acusado dos veces de intento de homicidio, pese a ser manejado por un grupo de poderosos y egoístas republicanos encabezado por el señor Burns, pese a poner en práctica todas las estrategias de campaña del típico candidato que sólo se representa a sí mismo, Bob Patiño se alza triunfador, por encima de otro corrupto, el alcalde Diamante. El pueblo de la Planta Nuclear repite la conducta que, desde que la democracia es democracia, se nos ha hecho creer es la única opción a la hora de participar en los comicios, votar por el que, en apariencia, resulta ser el menor de los males.

Una frase del episodio llama particularmente mi atención: “Nunca me he considerado un hombre político, de hecho, siempre me ha parecido que la gente que vota es un poco maniática”
Oír estas palabras ad portas de las próximas elecciones, hace que adquieran un significado que vale la pena hacer objeto de análisis. La gente que vota me parece un poco maniática, dice Homero, sin crisparse; como quien afirma que la política no le compete, o que participar en las decisiones que afectan la administración y el futuro de la ciudad en la que vive no fueran su preocupación; al menos no tanto como vivir para pagar el recibo de la luz y la cuota del banco.
Entonces pienso en las elecciones para alcalde de Cartagena 2005, en las que, según cifras de la Registraduría Nacional, 426.818 ciudadanos, 78% del censo electoral, pensó, igual que Homero, que eso de ejercer el derecho y el deber de votar es un asunto para gente que está un poco mal de la cabeza. Si bien, dentro de la dinámica de la democracia, el abstencionismo puede ser considerado una actitud política válida cuando el hecho de no votar responde a una postura convencida, no lo es tanto cuando es consecuencia de la más abyecta indiferencia. En cualquier caso, la abstención adquiere un carácter nocivo y peor aún, en ciudades como Cartagena, cuando permite, tal como ocurriera en ese 2005, que con menos de 100 mil votos, el cargo de burgomaestre se lo lleve el peor de los males; en aquel año, el voto en blanco marcó un histórico porcentaje (40.683, de un total de 122.182 tarjetones depositados), sin embargo, tuvo que conformarse con un honroso segundo lugar, porque fueron más los que se abstuvieron.

La pregunta es, ¿dónde estaban esos más de 400 mil votantes aquel domingo?, ¿qué les preocupaba más que ir a manifestar su opinión en las urnas?, ¿ver una película en RCN?, ¿hacer mercado?, ¿aprovechar la ley seca para tomarse unos tragos en la terraza de la casa?
Cómo evitar que la ciudad quede en manos de un personaje inconveniente, si en Cartagena estamos acostumbrados a que un 22% del censo electoral sea quien determine el futuro de la ciudad. Dejamos en manos de esa pequeña porción de ciudadanos una responsabilidad que nos compete a todos. ¿Acaso sólo ese 22% monta en bus padeciendo el problema de movilidad?, ¿sólo a ellos les asusta hacer un retiro en el banco sin creer que a la salida se lo arrebatarán?, ¿acaso el Mercado de Bazurto es un mal que sólo aqueja a ese 22% que sale a votar?. Y el espacio público, y la falta de educación, y los altos niveles de pobreza, y el desempleo, ¿acaso estos temas afectan únicamente a los cien mil ciudadanos que madrugan el domingo de elecciones, sea a marcar la cara de alguno de los aspirantes o el recuadro blanco?

Veo con agrado el movimiento en redes sociales que se gesta alrededor del voto en blanco. A juzgar por el panorama que ofrecen los candidatos que este 30 de octubre posaran con su mejor sonrisa de photoshop en el tarjetón, la cosa no pinta para nada alentadora. Por eso es importante que este año la suerte del voto en blanco sea distinta, y que no sea sólo una moda de Facebook o Twitter, que se constituya en una acción concreta en el mundo real. De lo contrario, si nos conformamos con hacer click en me gusta el voto en blanco, o afirmamos que saldremos a votar pero no lo hacemos, jamás estaremos cerca de lograr un cambio social revolucionario. Si no me creen, pregúntenle a los que por estos días ocupan Wall Street. Incidir en la realidad es el fundamento indispensable para sentar una voz de protesta, para sacudir el status quo y que aquellos que están acostumbrados a sacar provecho de nuestra resignación e indiferencia, adviertan que en adelante no vamos a facilitarles la tarea.

Es necesario que este 30 de octubre derrotemos el miedo, salgamos a la calle, renunciemos a hacer parte de la mayoría silenciosa e indiferente, asumamos nuestra responsabilidad como ciudadanos y concretemos eso que pensamos en una opinión fuerte, en una nítida equis sobre el recuadro blanco del tarjetón con la que manifestemos que finalmente entendimos que la ciudad debe construirse de manera que funciones para todos, que palabras como incluyente deben pasar de ser un bonito discurso a una realidad palpable.

La situación actual de Cartagena no da espera, los problemas que la aquejan ameritan con urgencia optar por acciones drásticas. La indiferencia es peor aún que votar por el menor de los males. Si no manifestamos que nos importa, que nos duele lo que pasa con la ciudad, que en últimas nos pasa a todos los que la vivimos, nunca seremos capaces de engendrar una revolución social, económica, y cultural. Creer que lograr este cambio es una tarea imposible es una idea predominante entre nosotros, pero considero que ha sido más por darle prelación a la indiferencia en lugar de elegir el camino de la acción civil.

De nosotros depende marcar a partir de este 30 de octubre un punto de quiebre, un hito que permita a las próximas generaciones reconocer que participar conscientemente en democracia, resulta una táctica crucial a la hora de hacer valer y hacer sentir la opinión de la verdadera mayoría. La pelea está casada, voto en blanco vs. eterna indiferencia, ustedes deciden, seguir pensando como Homero, que eso de votar es asunto de gente maniática o elegir de una buena vez romper el silencio.

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