domingo, 1 de mayo de 2011

Festejemos el día del trabajo con un paro




Por: Juan de Dios Sánchez Jurado


Hoy, como cada primero de mayo, celebramos el día del trabajo, festejamos eso de haber sido expulsados del paraíso y condenados a ganar el pan con el sudor de nuestra frente. O acaso no es así, Negrito del Batey, que el trabajo lo inventó Dios como castigo. Entonces salimos a la calle a marchar, a entonar arengas de júbilo en nombre de esa actividad que se dice es sinónimo de honra, porque dignifica al hombre, porque es el que nos permite conseguir la papa. Sin embargo, a estas alturas del siglo XXI, creo que, en realidad, es poco lo que hay para celebrar. Al menos a mí no me entusiasma el hecho de que, en la era en la que trivialidades como la boda real, el fútbol del Real Madrid vs. Barcelona o la beatificación del Papa Juan Pablo Segundo nos paralizan, ese derecho consagrado como fundamental en la mayoría de las constituciones, siga siendo un castigo. Tanta democracia, tantas generaciones de derechos fundamentales, tanta OIT, tantas conquistas sindicales, para que, hoy día, eso de llevar a cabo la prestación de un servicio personal a cambio de un salario, siga pareciéndose a aquella supuesta abolida esclavitud. Porque más de esto último tiene eso de trabajar más de ocho horas diarias sin derecho al pago de horas extras, eso de tener que mamarse la misma jornada aunque sea día feriado, eso de no contar con un seguro de riesgos profesionales o seguridad social, eso de no estar vinculado directamente a la empresa si no a la bolsa de empleo, eso del contrato a término fijo, ese demonio engañoso de las cooperativas, eso de desempeñar labores más allá de las asignadas al cargo por la misma miseria de sueldo, eso de haber deshumanizado tanto el trabajo, al punto de que, a esta hora, haya un niño menor de diez años, en alguna parte del mundo, sometido al calvario de fabricar un zapato de marca, a cambio de un dólar el día.

Nunca en la historia una generación tan educada. Nos han enseñado que para ser alguien en el mundillo laboral, ya no es suficiente tener una maestría. Por lo menos un Phd, para si quiera hacerse a un mínimo mensual legal vigente. Nos educamos no para ascender, si no para conservar el puestico que nos hicieron la caridad de darnos. Y a eso nos ha tocado dedicarnos, sobre todo a los jóvenes. Cuántos recién graduados no hay por ahí regalando el trabajo para poder adquirir experiencia y luego sí, poder aspirar a un cargo que más o menos lo dignifique.
Ese es el juego que nos propone el capitalismo y nosotros hemos asimilado sus reglas a cabalidad, hemos optado por avanzar sobre esa desgastante caminadora que nos lleva hacia ninguna parte. Y cada año, una nueva reforma a la educación, que le garantice a las grades multinacionales mano de obrar mejor calificada y peor remunerada. Han oído hablar de los Mac jobs, bueno, he ahí el futuro de eso que hoy, primero de mayo, merece, en lugar de celebración, la más larga de nuestras caras.
Una cosa en ser fiel en lo poco, saber que la situación está difícil y no sólo en los países del tercer mundo, que los índices de desempleo se mueven en un ascenso sin freno. Pero otra cosa muy distinta, es serle fiel a lo poco, hacerle el juego a los que mandan, aceptando lo que nos quieran dar, en lugar de exigir lo que merecemos, acostumbrarnos a conformarnos y, en ese trayecto, dedicarnos a envejecer en un trabajo de mierda que poco le aporta a nuestro bienestar y realización personal, con el consuelo de que, al menos, nos alcanza para los tres golpes, para el arriendo, para el crédito del banco, para el gustillo en el centro comercial y el esporádico viaje de vacaciones en el que se agotan, en cuestión de un par de días, los ahorros que logramos juntar con el sudor de media vida.
Por eso, mi invitación, hoy, no es otra que hacer un paro, no uno de esos que sólo sirven para quemar un par de llantas y obstaculizarle la vía a otros que como nosotros también se dedican a conseguir el diario a costa de quebrarse el lomo. Digo un paro en el que nos dediquemos a reflexionar hacia dónde vamos y hacia dónde queremos ir. Tomarnos una pausa activa para recordar que, no obstante, hace falta luchar contra un enemigo enorme, sabemos que aún, podemos darle sentido a la vieja frase “la unión hace la fuerza”, y que es esa la única manera de reconquistar los logros de estabilidad y justicia laboral que poco a poco nos fuimos dejando arrebatar. No más aceptar y conformarse con lo mínimo, sí a un presente en el que, a cada cual, le corresponda lo justo, según su esfuerzo. Si en tu trabajo te obligan a laborar en horas y días no remunerados, protesta, oponte, únete a quienes están en las mismas que tú y propongan un cambio, si no es posible, entonces esa es una empresa que no te merece y date el lujo de renunciarles e irte a buscar mejores condiciones. Si no las encuentras, seguro tendrás en mente alguna idea para una empresa, ve a un banco, de algo tienen que servir, busca ser tu propio jefe, sí se puede, el mismo capitalismo, al tiempo que nos explota, nos da el chance de sortearlo de esa forma.
En otro sentido, la opción que nos queda sería continuar en lo poco, ver cómo se nos pasa la vida frente a un escritorio con la ilusa esperanza de una pensión, yendo de la casa al trabajo, y en la casa, consagrados a la hipnosis de los medios de comunicación, embobados con las excentricidades de la farándula y la realeza, aletargados por el marcador de un partido de fútbol en el que nada tenemos que ver, depositando nuestra fe en el tarrito de sangre que guardaron de algún papa beatificado o cualquier otro sedante que nos da beber este sistema que nos rige, para mantenernos a raya, de manera que, ni de riesgos, se nos ocurra pensar que existe una alternativa distinta de aceptar sus limosnas.

2 comentarios:

Alicia Totuma dijo...

Está muy buena esta entrada Juan de Dios. Estoy de acuerdo con todo. ¡Con todo! El trabajo asalariado es denigrante. Pero no se trata de lo poco que pagan, aunque si pagaran más al menos se vendería la dignidad por más. Pero más allá de lo mucho o poco que los patronos paguen, el asunto es trabajar por otro. Trabajar para enriquecer, dar nombre y hacer prosperar a otro diferente a uno mismo es desgastante y desilusionador. Vender la fuerza de trabajo es indigno, trabajar para engordar a uno que nació azarosamente en mejor posición y comerse las sobras.

apetito sustituto dijo...

Gracias, este comentario es el complemento perfecto a esta entrada, no lo había visto, gracias por el feedback