domingo, 27 de noviembre de 2011

Apuntes por culpa de Clarice Lispector

Por: Juan de Dios Sánchez Jurado





Un capricho irrenunciable



No sé, todo lo que comparto es una historia. Pero el olvido escapa a los dominios de la voluntad. Fácil es arrancarle los pellejitos a la vida con los dientes, subirse a pedir limosna en los buses que viajan hacia la nada. Olvidar no. Es un puente inquebrantable. A menos que uno se quiebre la cabeza, claro. Los recuerdos son un aroma para siempre. El humo del cerebro puesto al fuego. Señales que apuntan hacia un lugar al que es imposible volver. Y el porvenir es un océano insignificante. Supongo que si olvidar fuera fácil sentiríamos más frío. Sería como afeitar el alma por completo. Y, peor, porque la voluntad, ingénua como toda fuerza, se empeña aún en pedirle treguas. Como si la mañana pudiera escoger por cuales ventanas colarse. Entonces ni modo. Toca amarrarse los cordones y andar por el mundo con los pies sumergidos en esas botas mojadas. Con los pies chamuscados (si chamuscado fuera un adjetivo aplicable a algo que está demasiado expuesto a lo húmedo). Olvidar es una plegaria necia. Recordar es un capricho irrenunciable.


Tatuaje emocional



Amar es como escribir, un poco. Se puede tener vocación, pero no talento. La mayoría estamos en esto último. Una crónica falta de talento para amar. Aunque en realidad sólo pueda (deba) hablar por mí. Al amor le exijo lo mismo que a un buen libro. Un mínimo de calidad y trascendencia. En tanto que motor, el amor puede conducirnos o averiarnos, disponernos a una andanza con bastón y gafas oscuras. Es un tatuaje emocional. Colmillo en lugar de aguja. Nunca se debería confiar en un sentimiento que ubique tanto. Que te diga: “Usted está aquí y ahora y tiene hojas que le crecen con la boca abierta al sol. Por supuesto, decir, nunca, es una invitación. De qué otra forma adquirir una noción tan definida de los propios bordes. A través del roce tangencial del otro, de lo otro. Un balcón que se abre en el pecho para asomarse, aproximarse. Vuelvo y digo, amar como escribir; la idea es apoderarse de algo; lo que es siempre pretencioso y esquivo y, a veces, feliz. Una trampa que libera y muerde y que impone a los ojos un andar rojizo e hinchado. Escribir igual que amar, si te ha escogido, estás en sus manos.


Gravedad y movimiento



Aclaro. Irse es una suposición. Partir/quedarse, esos conceptos sin temperatura. El único rigor es el tránsito. Chupar y escupir paisaje según se avance o retroceda. Un paso de lombriz que corre y se desangra. Así que calcula. Los semáforos sólo para detenerse a la lectura de lo ya recorrido. Sin descontar que el corazón es una criatura que sólo sabe existir bajo la gravedad del movimiento. Y la luz que debía guiarnos (atraernos como moscas) es un bombillo fundido. Mejor no calcules. Menos, cuando hogar es todo aquello que posee ruedas y transporta. Cuerpo es embarcación. Navegar a bordo de sí mismo, y un poco a bordo de quienes nos conocen y conocemos. Estar vivo es aceptar esa doble condición de pasajero. En la mañana, apenas te levantes, con los ojos cerrados aún, dedícate a buscar los sonidos más lejos (ese viento detrás del viento, ese trino detrás del trino), entenderás que vamos donde van los pájaros que construyen su nido en árboles que caminan. Echar raíz: Si aún decides invertirle a esa fantasía, es un problema que tendrás que resolver con la planta de tu pie. Tan hambrienta de grama y pavimento sucesivo. Todo lo que piensa viaja. Rumia la existencia/viaje con un cerebro que vale por cuatro estómagos. El lugar de morirse es uno mismo, mayor razón para estar siempre perdido.



Coda



Hace falta un "no estilo" para revelar un mundo. Ese universo diminuto que es cada detalle de la vida. Supo hacerlo bastante bien Clarice Lispector. Esa muchacha nacida en la Ucrania de 1920 y luego conocida como una de las escritoras más importantes de la Generación del Brasil del 45. Me gustan sus descripciones narrativas, su manera de nombrar las sensaciones. Recomiendo la lectura de cualquiera de sus libros, sobre todo el que anduve leyendo por estos días, La revelación de un mundo, al que tal vez deba el origen de este post. Gracias Caro Arabia por prestármelo.

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