Por: Juan de Dios Sánchez Jurado
Todo
en esta vida puede desaparecer y desaparecerá. Vale la pena entonces retratar algunas cosas para recordar que existieron. A partir de agosto comienza
a circular la nueva moneda de 1.000 pesos. El billete de mil pesos
desaparecerá en 2013. He ahí la razón de este texto.
Viejo,
arrugado, roto. Remendado con cinta pegante y sin embargo, útil. Muéstrame y
verás que aún puedo conseguirte un pasaje de buseta que, aunque valga más que
yo, siempre podremos negociar. Con todo lo oblongo y machucado, aquí donde me
ves, represento 1000 pesos colombianos. Cuando digo peso, no me refiero sólo a
esa devaluada unidad monetaria, también al cargo de conciencia original que
corresponde a cada habitante de este país por el simple hecho de ser
colombiano. Porque soy el único de mis homólogos que carga un mártir en el
pecho y como si fuera poco, al pueblo irredento en la espalda. Esa carga, ese
peso, es mi verdadero valor. No en vano mis tonos rojizos, apenas para teñir a
toda esa gente experta en la cotidianidad de sangrar. Esa gente que ha sabido
no sólo morir, sino vivir sangrando.
Una
luca es lo que soy, o mil barritas si lo prefieres. Una pinche milanta que para
algunos a duras penas alcanza y para otros es una fortuna. Después de mí, sólo
vienen las monedas; lo que no me salva de ser también, en ocasiones, entregado
como limosna. Y es que el verdadero peso colombiano es un vacío en el estómago.
O acaso no has visto a gente que mata gente por uno repetido de mí. No has
visto que en este país hay gente que lo único que come al día es lo poco que le
puedo comprar. Yo, que soy un poco 9 de abril de 1948 y un poco la frase, yo no soy un hombre, soy un pueblo, un
pueblo superior a sus dirigentes. Cuando no soy ese discurso repetido,
nunca entendido y menos aplicado, soy sólo la plata. La que ya casi no se
consigue.
1000
unidades de dinero, de billuyo, el Villegas, el te vi llegar, el que consigue
la papa y se jacta de su poquito de poder. El contante y sonante con mis
imágenes ocultas y mis marcas de agua con las que se escribe la historia de la
cosa pública colombiana, que sólo ha sabido ser propiedad privada de unos pocos
aviones. De nada sirve el registro perfecto, anverso y reverso, mi imagen
coincidente de una balanza en esta república condenada a cargar eternamente la cruz del desequilibrio.
Y
eso que no me has visto bajo la luz ultravioleta y todo lo que escondo para
evitar falsificaciones. Pero no importan el Buick de Gaitán en verde
fluorescente ni la secuencia de flores germinando; ya esa especie de
inteligencia a la que llaman malicia y que nace del hambre y la falta de
oportunidad, se encargará de reproducirme perfectamente. Decir dinero falso es
redundancia. O dónde está el oro que demuestre que represento algo que en
realidad existe. No te pases las manos sucias de plata por los ojos, me decía
mi abuela, que te vas a quedar ciego. Para los que no hicieron caso a esa
advertencia tengo mis relieves, mi BANCO DE LA REPÚBLICA DE COLOMBIA en
microimpresión realzada. Quien no reconozca mi denominación con los ojos, hágalo
con las manos y sepa que soy el billete de 1000 pesos colombianos. Toque y
sienta mis nombres y mis números y mi firma del gerente y mi cinta de seguridad
que jamás podrá ponerme a salvo a mí, a mi Gaitán o a mi pueblo con todo y su
Fidel Castro subliminal. Entonces convénzase de la supuesta moneda en
circulación, de lo que pueda conseguir con ella y de la ficción que justifica
mi existencia.
2 comentarios:
Hola Juan de Dios.
Me pregunto por qué escribiste sobre el billete de mil. Hace algún tiempo estuve yo en un taller donde el primer ejercicio fue describir, también, un billete de mil. ¿Se tratará del mismo? Muchos saludos.
Hola! Sí, este texto surgió a raíz de un ejercicio en el Taller de Escritura Creativa de la Universidad Nacional. Saludos!
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